Jugar con una computadora ha sido para mí una constante fuente de gozo y diversión desde mi etapa adolescente. La idea de controlarla para que aparezca algo en la pantalla o para que haga diferentes cosas al pulsar diferentes teclas ha sido para mí puro pasatiempo. Aún recuerdo mi sorpresa al escuchar que jugar de esa manera podría ser un trabajo remunerado. Estaría dispuesto a pagar por la oportunidad de pasar mi tiempo divirtiéndome al explorar una computadora, cuán interesante ha sido que no he tenido que pagar sino que me pagan por jugar y divertirme al controlar computadoras para que hagan con exactitud lo que yo les dicto (algunas veces lo hacen). Cuánto más afortunado ha sido que hay mucho por leer y aprender sobre cómo controlarlas cada vez mejor. Ejercer control sobre un objeto complejo como una computadora es algo muy divertido para mí. El juego se llama: administrar la complejidad para lograr la ilusión de control y de simplicidad, entre más control y más simplicidad, más diversión.
Un aspecto de especial placer estético para mí ha sido el teclado. Me parece como una especie de clavicordio, el teclado me parece un extraordinario mecanismo sobre el cual puedo poner mis manos para intentar lograr algo artístico. Una computadora de hoy es una muy notable maquinaria.
Programar para mí no es un “trabajo” que me veo en la necesidad de hacer para obtener dinero. Para mí, programar computadoras es un juego y, por tanto, tiene que ser divertido y adecuado para muchas horas de ocio; de otra manera no tendría sentido para mí hacerlo. El “trabajo”, aquello obligado e indeseable, no ofrece espacio para reflexiones ociosas pues el trabajo es lo contrario al tiempo libre de una persona. Programar una computadora para mí es siempre una opción para mi tiempo libre, para mi ocio. Es ahí, en la recreación, donde se busca más gozo y más diversión, ahí cobran sentido las preguntas y la indagación por el conocimiento que ayude a avivar ese deleite. Pues el conocimiento intensifica el goce.
Por otro lado, otra condición para la reflexión es la tragedia. La desdicha puede impelernos preguntas que en otras condiciones no haríamos. Pasar muchas horas diarias haciendo algo de manera obligada e indeseable suena como un infortunio, como una tragedia. Ahí, al padecer el “trabajo”, también tienen sentido las preguntas y la indagación que ayuden a disminuir el tormento.
Regresar a los básicos implica formular preguntas muy básicas. Por ejemplo, ¿a qué nos referimos cuando decimos “programar una computadora electrónico-digital”? ¿En qué consiste hacer eso, aun si sólo queremos lograr algo “práctico”?
Reflexionaré más sobre esa pregunta más adelante. Aquí sólo citaré lo que el autor de The Art of Computer Programming ha escrito en varias publicaciones:
«Science is what we understand well enough to explain to a computer. Art is everything else we do.» —Donald E. Knuth
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