domingo, julio 27, 2014

Burocracia e ironía

¿Qué hay en común –además de las buenas intenciones– en los discursos, por ejemplo, del papa de la iglesia católica, del patriarca de la iglesia ortodoxa griega, del secretario general de la ONU, y de algunos otros prelados de ideologías corporativistas, públicas o privadas?

Parece ser una peculiaridad inevitable de algunas —quizá no pocas— corporaciones: la burocracia. Donde haya necesidad de regular la conducta humana por medio de normas dentro de un estricto orden racional por comando y control jerárquico, ahí la burocracia suele ser una alternativa muy frecuentada. Debe quedar claro: una burocracia sin excesos ni tropiezos indiscutibles tiene aspectos ventajosos. Sin embargo, lo inevitable de tal peculiaridad es sólo aparente pues hay otras alternativas para organizarse de manera efectiva y eficiente. Tanto es así que ahí, al aceptar dicha inevitabilidad en lugar de rechazarla en los hechos, está el exceso y el tropiezo por el cual la burocracia se ha ganado a pulso su mala fama: al aceptar la influencia excesiva de funcionarios en asuntos en los que son por completo analfabetas, al repetir acríticamente prácticas administrativas rígidas e ineficientes, y al acatar con vergonzosa genuflexión formalidades superfluas y –para decirlo con claridad– torpes.

Asimismo, los discursos que provienen de las cúpulas administrativas de esas corporaciones suelen contener expresiones que captan mi atención. Por ejemplo: «What orthodoxy should I question?» en los párrafos finales de Satya Nadella en una publicación donde habla, entre otras cosas, sobre transformación individual y corporativa (Bold Ambition & Our Core). Desconozco si el individuo de marras tiene la capacidad para hacer una composición por escrito de ideas propias o cuenta con un grupo asignado que articula y redacta lo que debe decir en público y para el beneficio de las relaciones públicas de su corporación. Lo que capta mi atención de tal expresión, para empezar, es su posible ironía en dos sentidos: (1) con respecto a la educación de su audiencia, o (2) con respecto a la continuación de la cultura que dice querer transformar. Es decir, (1) si los aspectos nocivos de su burocracia interna ya son intolerables entonces tal expresión sería una burla fina y disimulada hacia quienes, para sobrevivir en su cultura corporativa, han sepultado por años toda posible habilidad para cuestionar y en su lugar han desarrollado año tras año una alta capacidad para acatar y someterse (en inglés: compliance). Por otro lado, (2) tal expresión podría ser una figura retórica para dar a entender lo contrario de lo que se dice y lo que en realidad busca es exigir de su audiencia un mayor grado de obediencia, docilidad y, en inglés, «compliance».

sábado, julio 26, 2014

Arte, ciencia y programación

A partir de la programación de computadoras —o cualquier actividad humana sometida a examen crítico— se puede descubrir una riqueza cultural enorme, pero la aportación de la programación de computadoras a la indagación de la realidad tiene unos rasgos distintivos que la hacen muy atractiva para mí. Me refiero en particular al diálogo estético entre un cerebro basado en carbono (el cerebro humano) y un cerebro basado en silicio (el microprocesador digital). En el mismo eje temático de Donald E. Knuth, el diálogo que ocurre en una sesión de programación de computadoras sería una prodigiosa mezcla entre arte y ciencia:

«La ciencia es lo que entendemos suficientemente bien como para explicárselo a una computadora; el arte es todo lo demás.» —Donald Ervin Knuth, en su obra Things a Computer Scientist Rarely Talks About.

martes, julio 15, 2014

Análisis cultural

Por inverosímil que parezca a primera vista, los siguientes dos párrafos, y su tema general subyacente (pensamiento crítico), tienen una estrecha relación con mis otros proyectos personales de indagación. En particular los relacionados con las dimensiones de la creación de soluciones de negocio basadas en software: como un caso de estudio para el ejercicio de análisis cultural en la dimensión «Personas» (otras dimensiones son «Proceso», «Diseño/Arquitectura», «Tecnología»).

Por fortuna, algunos teólogos contemporáneos sí hacen un intento por divulgar su trabajo con claridad. Por fortuna, algunos de ellos no son del corte fanático que pretende apropiarse de toda la verdad y de toda la razón para el exclusivo uso de algún partido religioso, sino que hacen estudios en religión comparada. Por fortuna hay teólogos como William Willimon, en las ramas del protestantismo, o Karen Armstrong, o Albert Biesinger, en las ramas del catolicismo, que divulgan perspectivas distintas a las propias de la primera infancia de no pocos de nosotros adultos.

Como algunos saben, uno de mis proyectos personales de indagación es desarrollar una teoría teológica liberal, libertaria y libertina, así que no reparo en consultar fuentes diversas. Hace algunos días, en la librería de la Parroquia Emperatriz de América, de corte católico conservador, me topé con este libro de Albert Biesinger, teólogo católico egresado de Tubinga y Friburgo, Alemania. En este libro, entre otros similares, se puede constatar la riqueza de teologías basadas en interpretaciones no literalistas de textos antiguos veterotestamentarios y neotestamentarios.